Un cohete del tamaño de un rascacielos, el más grande de la historia, fue lanzado la semana pasada. Luego de separarse del cono superior, que siguió su trayecto, el propulsor ‘Super Heavy’ (‘Super Pesado’) comenzó su descenso a la Tierra. Los observadores contenían la respiración. El fabricante del cohete, SpaceX, estaba intentando algo inédito: dirigir la masiva estructura de 71 metros de altura y 9 metros de diámetro de regreso a la torre de lanzamiento.
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Las extremas magnitudes físicas de fuerza y calor que se requieren para elevar un artefacto de esas dimensiones a veces se les salen de control incluso a los más expertos ingenieros. Siete minutos después del lanzamiento, sin embargo, el enorme cilindro se detuvo con precisión entre los dos brazos mecánicos diseñados para atraparlo. La misión había sido un éxito.
La importancia de este hito radica en la recuperación del propulsor. SpaceX ha demostrado la viabilidad de la reutilización de estos módulos, lo que abarata dramáticamente el costo de ir al espacio. Pero nunca se había logrado con uno de este tamaño. Este adelanto es clave para materializar el sueño de Elon Musk, fundador de la compañía, de enviar naves suyas no tripuladas a Marte en esta década, para, luego, enviar astronautas a explorar el planeta rojo.
Si algún día habrá humanos en Marte es aún una incógnita. Pero muchos otros proyectos se benefician del impulso que está recibiendo la tecnología espacial. Este lunes salió de la Florida la nave Europa Clipper, con destino a una de las lunas de Júpiter, donde se piensa que puede haber enormes cantidades de agua, la sustancia esencial para la vida. La nave fue lanzada en un cohete SpaceX.
Lejos de ser un campo estancado en el pasado, en los tiempos de los viajes a la Luna, la exploración espacial está a punto de experimentar una revolución, propulsada por la innovación del sector privado. La humanidad apenas ha arañado los misterios del universo. El futuro promete numerosas emociones y descubrimientos.